Despidiendo el año más salvaje de mi vida, el año en el que me convertí en mamá.

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Si echo la vista atrás a este año que me ha sacudido por completo no sé que pasó en enero y febrero. Siento que mi año empezó en marzo, concretamente el día de nuestro séptimo aniversario de boda. Ese día nos enterábamos que estaba embarazada. No podía creérmelo, un bebé tan deseado y esperado que no daba crédito pero el sueño, por fin, estaba sucediendo. Y de qué manera, ¡menudo regalo de aniversario! Una coincidencia de esas de llámalo magia. 

Con él también empezaron a sucederse los miedos porque todo fuese bien. El corazón en un puño antes de entrar a cada ecografía. "Hay un hematoma que desprende ligeramente el saco. Te vamos a dar la baja y tómatelo con mucha calma". "Con este sangrado hablamos de una amenaza de aborto" escuchaba, tumbada en la camilla mientras las lágrimas totalmente descontroladas se desplazaban por mis mejillas, en aquella madrugada que precedía al apagón. 

La vulnerabilidad cómo nunca antes la había sentido. La pérdida de control, saber que no había nada que estuviese en mi mano. Rezar, confiar. Descansar, cuidarme. 

La boda de mi hermana. Y si, ¿no puedo estar? No pasa nada, me decía ella con una sonrisa que seguro escondía el mismo miedo y tristeza ante tal posibilidad. 

Y así desapareció. Y me empecé a relajar un poco, y volví a entrenar. Y no bailé pero disfruté mucho de acompañar a mi hermana en su día más especial. Y viajamos a Menorca en una babymoon que recordaré toda la vida. Y ninguno de mis miedos se hizo realidad. 

La GRATITUD abriéndose camino. Y la VIDA.

Y siguió el verano, las visitas a las familias y los abuelos felices como nunca les había visto. Una felicidad arrebatadora. 

Tercer trimestre y diagnóstico de placenta previa. Otra vez los miedos y ese no os mováis ya de Madrid. Y perdernos la boda de unos buenos amigos y nuevamente la vulnerabilidad y la pérdida de control. 

Viviendo al día de la forma más positiva posible. Todo iba a ir bien me repetía cada noche cuando daba las gracias por otro día más de disfrute sin imprevistos. Encontrándome fantásticamente bien dentro de aquella vorágine. 

Y así llegué a aquel 7 de noviembre. Aguantando, contra todo pronóstico hasta la semana 37. Jimena llegaba al mundo mediante una cesárea humanizada tres semanas antes de lo esperado. Con los ojos más bonitos y despiertos que había visto jamás. 

La primera noche en el hospital, contrario a todo lo que puede parecer fue una de las mejores noches de mi vida. Piel con piel, juntas, aprendiendo, descubriéndonos, oliéndonos, sintiéndonos seguras. No era consciente del dolor, de esa herida que me había abierto en dos, de ese sangrado que no cesaba. 

Y el postparto, iba preparada para todo lo malo que de él esperaba pero me encontré con que lo bueno pesaba mucho más. Mucho más que los días sin dormir, que los miedos, que mis lágrimas de inseguridad y de ese, ¿lo estaré haciendo bien? ¿podré ser una buena madre para Jimena? 

Nuevamente, la GRATITUD. Ella es la que me ha llevado y me está llevando a que el cansancio pese menos, a que las inseguridades duelan menos y que todo tenga otra luz. Esa luz del amor más grande que nunca he podido sentir cuando al final del camino todo ha salido bien. 

Gracias 2025 por ser el año más salvaje de mi vida. El año en el que me convertí en mamá.  


*Y este ha sido el motivo por el que llevo un mes sin pasarme por aquí. Pero este enero el propósito es retomar el blog con fuerza, con mucha moda y muchas más aventuras para compartir juntas. 


GRACIAS por todos tus comentarios y visitas. 

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